Una historia
clínica completa, que incluya una descripción detallada de los hábitos de
sueño, apoyada por un registro de sueño realizado por el propio paciente o por
sus familiares), junto con una exploración
física adecuada, serán básicas para diagnosticar la presencia de cualquier
trastorno del sueño.
En ocasiones, además, deberá recurrirse a pruebas diagnósticas complementarias, como
la polisomnografía nocturna, la prueba de latencia múltiple del sueño o la
prueba de conservación de la vigilia.